Pronto me di cuenta de que el silencio del maestro era el peor castigo imaginable. Porque todo lo que él tocaba era un cuento fascinante. El cuento podía comenzar con una hoja de papel, después de pasar por el Amazonas y la sístole y la diástole del corazón. [...]
Cuando el maestro se dirigía hacia el mapamundi, nos quedábamos atentos como si se iluminase la pantalla del cine Rex. [...] Fabricamos hoces y rejas de arado en las herrerías del Incio. Escribíamos cancioneros de Amor de Provenza y en el mar de Vigo. [...] Plantábamos las patatas que habían venido de América. Y a América emigramos cuando llegó la peste de la patata.
"Las patatas vinieron de América", le dije a mi madre a la hora de comer, cuando me puso el plato delante. "¡Qué iban a venir de América! Siembre ha habido aquí patatas", sentenció ella.
"No, antes se comían castañas. Y también vino de América el maíz".
Era la primera vez que tenía clara la sensación de que gracias al maestro yo sabía cosas importantes de nuestro mundo que ello, mis padres, desconocían.
Manuel Rivas, La lengua de las mariposas